De pequeña había estado en el Castro de Santa Tecla y desde entonces no
había tenido la oportunidad de volver a visitarlo.
Años atrás me había parecido que
aquello era como tocar el cielo, pero en mi última visita pude comprobar que
aunque el castro está a bastante altura aún queda una distancia considerable
hasta las nubes; pero el tamaño de un niño a veces no solo se reduce a su
altura sino también a su imaginación.
En mi última visita al país
vecino (Portugal) e intentando impresionar a mi primo, les sugerí a mis amigos
salirnos de la autovía y hacer una rápida visita al Castro.
Según nos íbamos acercando al
monte donde se sitúa el concurrido castro me fui dando cuenta de lo poco que
tenían que ver mis recuerdos con la realidad.
De pequeña me habían impresionado
las pendientes y continuas curvas que tenía la carretera que nos llevaba a lo
más alto del mirador pero en esta ocasión no les di tanta importancia.
Una vez en la cumbre del Monte de
Santa Tecla (y después de pagar un simbólico precio de acceso: 2 euros) pudimos
disfrutar de las maravillosas vistas y de la desembocadura del Río Miño, sin
lugar a dudas un lugar difícil de olvidar.
También pudimos visitar el Museo
Arqueológico que han construido en el lugar con restos de la cultura castreña.
Y no pude irme sin comprarme unos
detallitos para los familiares y amigos, me encantan los puestos de collares de
piedras marinas y de souvenirs variados.
Después de subir al punto más
alto del Monte, empezamos a descender de nuevo y a mitad de camino se encuentra
el poblado castreño con sus reconstrucciones de chabolas y sus petroglifos de
mil años de antigüedad.
que bonito gracias por compartirlo!!!!
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